Los Senderos que Jesús recorrió
- Millalobo Fuenzalida
- 12 feb 2020
- 7 Min. de lectura

Hace poco, me puse a meditar sobre un hermoso viaje que un grupo de queridos amigos y hermanos del camino neocatecumenal de mi parroquia y algunos de mis catequistas hicieron a tierra santa, para finalizar una importante etapa de su vida de fé. (Marco, Sandra, Angélica, mis queridas Doritas, Don Juan, Marina entre otros)
Intrigado por saber mas sobre lo que significa viajar a Tierra Santa, busqué en agencias de viajes, y en una de ellas había una frase que me llamó profundamente la atención; “Venga, y camine por donde Jesús caminó”.
Inevitablemente recordé entonces el consejo de los profetas de Dios: “Andad por los caminos del Señor. Seguid sus pasos.”
Me vinieron a la memoria las palabras de un poeta que leí en mi juventud:
Hoy caminé por donde, tiempo ha, Jesús caminó. Con reverente y lento paso recorrí los senderos Que El recorrió. Son esas veredas las mismas de siempre. Una dulce paz reina en el ambiente. Hoy caminé donde Jesús caminó Y sentí su Espíritu presente. ¡Oh, cuántos dulces recuerdos había En el sendero que hasta Belén me llevó! ¡Oh, hermosas colinas de Galilea Que recorrieron los pies del Niño Dios! Monte de los Olivos, que Jesús bien conoció, Sagrado escenario Observé cómo corre poderoso el Jordán Cual en días de antaño. Hoy me arrodillé donde Jesús se arrodilló, Donde a solas oró. En el Jardín de Getsemaní, mi corazón Del temor se liberó. Levanté mi pesada carga Y caminando con El junto a mí. Por el Monte del Calvario Donde murió en la cruz, ascendí, Hoy caminé por donde Jesús caminó Y El conmigo el sendero recorrió. —Daniel S. Twohig
Pero no es necesario que visitemos la Tierra Santa para sentir que El está cerca; no es necesario caminar a lo largo de las riberas del Mar de Galilea o por las colinas de Judea, para recorrer los senderos que Jesús recorrió. En un sentido muy real todos podemos caminar por donde El caminó cuando, al pasar por la vida, llevamos en nuestros labios sus palabras, su Espíritu en nuestro corazón y sus enseñanzas en nuestro modo de vivir.
Desearía que pudiéramos caminar como El lo hizo: con confianza en el futuro, con una inquebrantable fe en su Padre y con un sincero amor por nuestro prójimo.
Jesús caminó por el sendero de la desilusión.
¿Podemos comprender, su lamento con respecto a la Ciudad Santa? “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!” (Lucas 1 3:34).
Jesús caminó por el sendero de la tentación.
Aquel maligno, haciendo uso de su mayor poder, de su más incitante sofistería, trató de tentarlo cuando había estado ayunando durante cuarenta días y cuarenta noches y estaba hambriento. “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” Y El respondió: “No sólo de pan vivirá el hombre. . .” El sarcasmo se repitió: “Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará cerca de ti…” Y otra vez la respuesta fue: “No tentarás al Señor tu Dios.” Pero él insistió: ” . .todos los reinos del mundo y la gloria de ellos. . . Todo esto te daré, si postrado me adorares.” Y el Maestro replicó: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”
Jesús caminó por el sendero del dolor.
Piensen en la agonía que experimentó en Getsemaní: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” “Y estando en agonía, oraba más intensamente, y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”
¿Y quién puede olvidar la crueldad de la cruz? “Tengo sed. . .. Consumado es”
Sí, cada uno de nosotros ha de caminar por el sendero de la desilusión, quizás debido a una oportunidad que se ha perdido, un poder del que se ha abusado o un ser querido a quien no se ha enseñado. También el camino de la tentación será común a todos nosotros.
En la misma forma, recorreremos el sendero del dolor. ¡No podemos ganar el cielo desde un lecho de rosas! Si el Salvador del mundo lo alcanzó después de mucho dolor y sufrimiento, nosotros como sus siervos no podemos esperar menos que el Maestro. Antes de llegar a la Pascua fue necesario que hubiera una cruz.
Pero aunque andemos por esos caminos que nos acarrearán amargo pesar, también podemos recorrer otros que nos darán eterno gozo.
Podemos caminar junto con Jesús par el sendero de la obediencia.
No será fácil, “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia.” (Heb. 5:8). Que nuestra contraseña sea la herencia que nos legó Samuel: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (I Samuel 15:22). Recordemos que el resultado final de la desobediencia es la cautividad y la muerte, mientras que la recompensa por la obediencia es libertad y vida eterna.
Nosotros, como Jesús, podemos caminar por el sendero del servicio.
La vida de Jesús es como un brillante faro de buena voluntad. El trajo fuerza a las piernas del inválido, vista a los ojos del ciego; oído para el sordo y vida a los muertos.
Sus parábolas son una prédica de poder. Con la del buen samaritano enseñó: “Amarás…a tu prójimo…’ (Lucas 10:27). Con la bondad que mostró a la mujer adúltera enseñó comprensión y compasión. En la parábola de los talentos enseñó que cada uno debe luchar por progresar y alcanzar la perfección. Bien podría haber estado preparándonos para seguir sus pasos por el sendero que El recorrió, de lo contrario no nos hubiera aconsejado: “Ve, haz tú lo mismo”
Y, por último, El caminó por el sendero de la oración.
Nos dejó tres grandes lecciones con tres oraciones eternas. Durante su ministerio, cuando dijo: “Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre”
La segunda en el Jardín de Getsemaní: …no se haga mi voluntad sino la tuya. . .”
Y la tercera desde la cruz, con sus palabras: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
Sólo recorriendo el sendero de la oración, podemos estar en comunión con el Padre y participar de su poder.
¿Tendremos la fe y el deseo de andar por esos senderos que Jesús recorrió?
A medida que recorramos esos senderos, tratemos de oír el sonido de sus pasos, tratemos de poner nuestra mano en la suya. Entonces lo conoceremos. Puede llegar hasta nosotros como un desconocido, sin nombre, como llegó en días antiguos hasta aquellos que estaban a orillas del mar y no lo conocían. Nos habla con las mismas palabras de entonces: ‘ . . .Sígueme. . . , y nos encomienda la misma tarea que El tiene. Nos manda y a aquellos que le obedecen, sean o no sabios, El se les revelará en los afanes, los problemas, los sufrimientos por los que tengan que atravesar. Y por sus propias experiencias aprenderán a conocerlo.
Entonces descubrimos que El es más que el Niño de Belén, más que el hijo del carpintero, más aún que el más grandioso Maestro que haya existido. Lo reconocemos como el Hijo de Dios. El nunca esculpió una estatua, ni pintó un manto real. Pero su misericordia era infinita, su paciencia inagotable y su valor ilimitado. Jesús cambió a los hombres. Cambió sus hábitos, sus opiniones, sus ambiciones; cambió su temperamento, su disposición, su carácter. Cambió el corazón del hombre.
Recordemos al pescador llamado Simón, más conocido por nosotros como Pedro, el líder de los apóstoles. El impulsivo, incrédulo y vacilante Pedro tuvo motivos para recordar la noche en que Jesús fue llevado ante el sumo sacerdote. Allí estaban también los sacerdotes cuya ambición y egoísmo había reprobado el Maestro, los ancianos cuya hipocresía había puesto El de manifiesto, los escribas cuya ignorancia había dejado al descubierto. Estaban además, los saduceos, considerados como sus oponentes más crueles y peligrosos. Aquella fue la noche en que la multitud empezó “. . .a escupirle, y a cubrirle el rostro y a darle de puñetazos… y los alguaciles le daban de bofetadas”¿Dónde estaba Pedro, el que había prometido morir con El y no negarlo jamás? El registro sagrado nos dice que “Pedro le siguió de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote; y estaba sentado con los alguaciles, calentándose al fuego. Esa fue la noche en que Pedro, en cumplimiento de la profecía del Maestro, en verdad lo negó tres veces. En medio de los empujones, el escarnio y los golpes, en la agonía de su humillación, el Señor se volvió y miró al Apóstol en majestuoso silencio.
Aquello fue suficiente. Pedro ya no vio el peligro, ya no temió a la muerte. Se hundió en la noche para recibir el amanecer de un nuevo día. Este contrito penitente se enfrentó al tribunal de su propia conciencia, y allí, su vida pasada, su vergüenza pasada, su anterior debilidad, su pasada personalidad se vieron condensadas a aquella muerte de divino pesar que le traería un nuevo y más noble nacimiento.
Y recordemos a Saulo de Tarso, un erudito familiarizado con los escritos rabínicos en los que algunos eruditos modernos encuentran tesoros de conocimiento. Por alguna razón desconocida, estos escritos no llenaron las necesidades de Pablo, que se lamentaba “¡Miserable de mi! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” . Pero un día conoció a Jesús y, he aquí, todas las cosas se renovaron para él. Porque desde aquel día hasta el de su muerte Pablo instó a los hombres: “…despojaos del viejo hombre…y vestios del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”
El paso del tiempo no ha alterado la capacidad del Redentor para cambiar la vida del ser humano. Tal como le dijo a Lázaro, nos dice a nosotros “. . .ven. . . Ven, lejos de la aflicción del pecado.
Ven lejos de la muerte que trae la incredulidad. Ven, al renacer de una nueva vida. Ven, Ese es su llamado.
A medida que nos encaminamos hacia El, dirigiendo nuestros pasos por los mismos senderos que Jesús recorrió.
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